Abate Henri Stéphane:
EL SIMBOLISMO DEL PESEBRE
El misterio de la Natividad comporta un doble aspecto:
el nacimiento del Verbo en el mundo (punto de vista macrocósmico) y el
nacimiento del Verbo en el alma (punto de vista microcósmico). Es difícil
representar estos dos puntos de vista a la vez, y algunas figuraciones se
referirán más bien a un aspecto que al otro. Pero en los dos aspectos, el Niño
Jesús debe ocupar una situación central; debe ser tan pequeño como sea posible
para figurar "el Reino de los Cielos semejante a un grano de mostaza"
(Mat, XIII, 3l-32). La Virgen debe ocupar igualmente una situación central,
pero en último termino; ella no debe ocupar en ningún caso una posición
simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús; al
contrario de la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una
actitud de plegaria o de adoración similar a la de los otros personajes. Debe
estar en la función de Virgo genitrix, lo que supone que está situada, como ya
lo hemos dicho, detrás de Cristo, pero en la misma situación "axial",
lo que significa que es a la vez "Madre de Dios" y "Esposa del
Espíritu Santo". Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible,
simbolizando así su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión
o "pasividad" respecto al Espíritu Santo.
Todo lo que precede se aplica igualmente
al punto de vista "microcósmico", es decir, al nacimiento del Verbo
en el alma. La Virgen representa entonces al alma en estado de gracia. Desde un
punto de vista pasivo, el alma debe identificarse a la Virgen realizando las
perfecciones mariales, para que el Verbo pueda encarnarse como en el seno
virginal de María, esposa del Espíritu Santo; desde un punto de vista activo,
el alma se identifica a la Virgen Madre. El primer aspecto se refiere a la
Comunión del alma recibiendo a Cristo, el segundo a la Invocación del Nombre de
Jesús: el alma profiere el Verbo como la Virgen alumbra a Cristo bajo la acción
del Espíritu Santo, generador supremo. Es aquí donde interviene San José, así
como el asno y el buey. San José simboliza la presencia invisible del Maestro
espiritual en la invocación, siendo éste el Espíritu Santo; el buey representa
al "guardián del santuario", es decir, el espíritu de sumisión, de
fidelidad, de perseverancia y el esfuerzo de concentración; el asno, animal
"profano", es el testigo "satánico" en la invocación,
representando el espíritu de insumisión y de disipación.
Pero esto es también susceptible de una
aplicación en el orden "macrocósmico", donde el buey y el asno
representan respectivamente el mundo celestial y el mundo infernal. Puede
entonces preguntarse por qué este último es admitido en el nacimiento del
Verbo, tanto en el mundo como en el alma; la explicación se encuentra
claramente indicada en la Epístola a los Filipenses (11,10) donde San Pablo
dice: "... para que, al Nombre de Jesús, doble la rodilla cuanto hay en
los cielos, sobre la tierra y en los infiernos"', texto que se refiere
tanto al nacimiento de Cristo en el mundo como a la invocación del Nombre de
Jesús.
Por todos estos motivos, San José debe
figurar al lado de la Virgen, pero no en el eje indicado precedentemente, y,
puesto que es el símbolo del Maestro Invisible, debe estar en una actitud
puramente pasiva para no obstaculizar la acción del Espíritu. El buey y el asno
deben colocarse a la derecha y a la izquierda (lado siniestro) del Niño Jesús.
Resta hablar de los Reyes Magos y de los
pastores. Los Tres Reyes Magos representan el poder sacerdotal y real. El
primer rey representa el poder real; le ofrece a Cristo oro y le saluda como
"Rey"; el segundo rey representa el poder sacerdotal; le ofrece
incienso y saluda a Cristo como "Sacerdote"; finalmente, el tercero
representa la síntesis de los dos poderes en estado indiferenciado; le ofrece
mirra (bálsamo de incorruptibilidad) y saluda a Cristo como "Profeta"
o Maestro espiritual por excelencia. La función de los Reyes Magos tiene por
tanto un carácter aristocrático que los distingue de la "plebe",
representada por los pastores. Se los debe colocar frente al Niño Jesús, mientras
que los pastores pueden ser dispuestos en semicírculo alrededor de los Reyes
Magos.
Finalmente, el nacimiento del Verbo o el
"renacimiento espiritual" del alma debe cumplirse durante la
"noche"; éste tiene lugar en la "gruta" a medianoche y en
el solsticio de invierno, fecha de la Navidad. La gruta no es de ningún modo
una pobre choza con un techo de paja. Su simbolismo se refiere al de la Caverna
o al del Domo (situado, en nuestras iglesias, encima del santuario donde se
cumple el misterio eucarístico). La Caverna debe tener una forma hemisférica
(propiamente un cuarto de esfera); el interior debe ser oscuro, iluminado
solamente por la Estrella, símbolo de la Luz divina, pudiéndose colocar ésta
encima de la Caverna. Por último, el pesebre donde reposa el Niño Jesús puede
tener una forma hemisférica, complementaria a la de la Caverna, simbolizando
las dos mitades del "Huevo del Mundo".[1]
[1]
Sobre los diversos simbolismos evocados aquí, ver René
Guénon, Symboles de la Science Sacrée, caps. XXX, XXXII,
XXXIII y XXXIX. (Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada,
Paidós Ibérica, Barcelona)
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